Todos los que nos declaramos ateos hemos tenido que
escuchar en alguna ocasión objeciones parecidas a éstas: «¿Y si estás
equivocado?». «¿Qué ocurre si Dios existe, si el cielo es real y no un cuento
de hadas?».
Estos últimos días he recibido dos
mensajes en esos términos.
Cada vez que un creyente se expresa de ese modo está, cuatro siglos después, volviendo a formular la que se conoce como apuesta de
Pascal.
En resumen, lo que vino a decirnos el
matemático francés es que es más prudente creer en su dios porque, caso de
existir, se gana el cielo; y, de no existir, no se pierde nada. Elijo creer por
si las moscas, para salvar mi pellejo de los fuegos de un hipotético infierno.
La apuesta de Pascal es débil moralmente, con ese siempre omnipresente
dios-a-la-búsqueda-de-idolatría de los monoteísmos, que sólo te salva de la
quema si le veneras y le dices muchas veces que él es el único y el más guapo,
espejito, espejito.
No sólo moralmente, sino también
intelectualmente, ya que desecha la posibilidad de que, si existe algún dios,
pueda tratarse no del suyo, sino de cualquier otro de los miles a los que la
humanidad adora o adoró. Es una opción que Pascal parece no haber considerado: la de
haber elegido como objeto de su adoración al dios equivocado. La de no ser
finalmente admitido en el club de la vida eterna por haber sido hincha de un
equipo rival.
Puestos a jugar a la lotería contemplemos
todas las probabilidades, señor Pascal, señoras y señores apostantes.
¿Existen los dioses o no? ¿Algo o alguien creó el
universo y lo controla?
En 1979, en su búsqueda de respuestas a esas
preguntas, el filósofo George Smith expuso un planteamiento que, desde entonces,
se conoce por la apuesta de Smith. Voy a tratar de explicarla. Con mis propias
palabras y mis propias cavilaciones, aclaro. No quiero que se le atribuyan al
pobre Smith desvaríos verbales de los que sólo yo soy responsable.
Analicemos los casos posibles:
Caso 1. – No existe ningún dios. En este escenario,
los creyentes de cualquiera de las religiones habrán pasado un tiempo precioso
en diálogos infructuosos con seres imaginarios. En una primera reflexión, me
digo que no tengo nada que objetar e esos diálogos. Rezar ayuda a la
estabilidad emocional de muchos. Además, cada cual es libre de hablar con quien
quiera y de creer lo que quiera, como si quiere creer que las piedras tienen
alma.
El problema surge cuando líderes religiosos obtusos
convencen a sus fieles para que arrojen esas piedras a la cabeza de los
seguidores de otros dioses, de los ateos, de las mujeres, de los
homosexuales... Por favor, crea usted en lo que quiera, pero deje de lanzar
odio sobre mí, sobre los míos y sobre el resto de seres humanos. Es terriblemente
frustrante comprobar cómo una y otra vez las visiones mitológicas del mundo se
inmiscuyen en nuestras vidas, a veces hasta acabar con ellas.
Caso 2. – Existe algún dios pero es impersonal, del
tipo en el que creen los deístas. Lo que vienen a decir los deístas es que hubo
una causa primera. Que un ente está en el origen de todo. Que ese ente creó el
universo con sus leyes para luego despreocuparse por completo, dejándonos a
todos a nuestra suerte, sin intervenir. Y que no reparte ni premios ni castigos
en juicios finales.
Si los deístas tienen razón, da igual que creamos o
no en dioses: no seremos ni premiados ni castigados por ello.
Si los deístas tienen razón, no sirve de mucho rezar
cuando tu equipo va a lanzar un penalty, ya que el dios en cuestión, respetando
sus propios principios, no va a realizar una exhalación mágica que le dé más
fuerza a la pelota, ni va a intervenir de ningún otro modo con sus superpoderes.
Si los deístas tienen razón, puedo entender el motivo
por el que su dios-causa-primera se esconde tanto de nosotros: está lejos, muy
lejos, en algún rincón remoto del universo, avergonzado, preguntándose aún qué
falló.
Caso 3. – Existe un dios –o varios– y es un ser
moralmente ejemplar.
De ser así, los ateos, por el hecho de serlo, no
debemos tener miedo a que el fuego abrase nuestros traseros.
De ser así, la alabanza interesada, la apuesta a lo
seguro tipo Pascal, sería mal vista por el tal ente moralmente superior.
De ser así, el vaivén insistente de nuestra frente en
rítmicos golpeteos contra una alfombra o contra un muro no tendría ningún valor
a los ojos de ese ente.
De ser así, las personas no seríamos juzgadas en
función de si hemos santificado o no las fiestas, de si hemos honrado o no a un
dios sobre todas las cosas, de si hemos tomado o no su nombre en vano... sino
de si hemos pasado por esta vida haciendo el menor daño posible y, con suerte,
algo de bien.
Desgraciadamente, dado lo que contemplamos, parece
difícil que existan dioses moralmente ejemplares. Este caso se hace altamente
improbable: ¿consentiría un ser éticamente superior todo lo que sucede por
aquí? Si nos ama a todos por igual, ¿por qué a algunos los trata tan mal?
Caso 4. – Existe un dios y es tal como nos lo
describen los monoteísmos. Pues, de ser así, agnósticos, escépticos, ateos,
librepensadores, apostantes por los dioses equivocados... vayámonos todos al
infierno. Pero con la cabeza alta. Con la conciencia tranquila. No queremos tratos
con dioses que, en lugar de hablar por sí mismos, dando la cara, permiten que,
a modo de voceros autorizados, actúen en su nombre líderes iracundos,
rencorosos, retrógrados, intelectualmente cerriles, homófobos y misóginos.
Vayámonos todos al infierno: no queremos compartir
morada eterna con dioses que castigan a personas honestas por no creer en ellos
o por haber creído en otros dioses y que, por el contrario, admiten en su
paraíso a terroristas. Ni con dioses que aceptan junto a ellos a
cualquiera que, por muy infame que haya sido su vida, se arrepiente treinta
segundos antes de morir y pronuncia las palabras mágicas: «creo en ti, acógeme
a tu lado, oh, Señor».
Pero no sufran: no acabaremos en ningún infierno. ¡Es
tan obvio que esos dioses vengativos y vanidosos han sido modelados a imagen y
semejanza de sus creadores, los hombres!
Así que, ante la cuestión de si existen o no los dioses: dado que en cualquiera de los tres primeros escenarios los ateos no
salimos perjudicados; y dado que el caso 4 es tan falto de sentido, tan
absurdo, tan inverosímil para cualquier mente que se nutra de sensatez, me parece obvio que los ateos podemos dormir
tranquilos.
Nos vemos en dos fines de semana, si les parece bien. Felices sueños.